martes, 15 de enero de 2019

Parks and Recreation

¿Cómo de emocionante puede ser el departamento de parques y recreaciones en una pequeña y nada ejemplar ciudad de Indiana (Estados Unidos)? Parks and Recreation, emitida entre 2009 y 2015, nos cuenta la historia de cómo entre las paredes de esa oficina se conocieron, soportaron y quisieron un variopinto grupo de funcionarios del ayuntamiento, quienes nos harán reír y, a través de un guión inteligente y sagaz, nos mantendrán enganchados a esta popular sitcom que, en clave de humor, habla sobre improbables amistades, trabajo en equipo y perseverancia en nuestras luchas. 

En formato de falso documental, como la también exitosa Modern family, Parks narra la historia de esta particular familia de colegas de trabajo que poco o nada tienen que ver. Principalmente, el foco está en Leslie Knope (Amy Poehler, también productora, y ganadora de un Globo de Oro por su actuación) quien es la subdirectora del departamento, una mujer optimista, amiga de sus amigos (a veces con demasiada intensidad) extremadamente perfeccionista y amante de su trabajo, del Gobierno, de los gofres, de las listas de pros y contras, las reuniones y principalmente de su ciudad, Pawnee, que mitifica y a la que pretende sacar adelante contra toda adversidad, incluida la de sus propios y no muy colaboradores conciudadanos. Sobre ella,  su jefe y director del departamento de parques, Ron Swanson (Nick Offerman), es un hombre de pocas palabras y bigote prominente, conservador, libertario, apasionado de la caza y la carpintería, que presume de que nadie conoce su dirección y huye de los lazos personales. Por debajo de ambos, Tom Haverford (Aziz Ansari), quien gusta del lujo, las marcas y parecerse a las celebrities de moda, de humor sarcástico, y que preferirá favorecerse a sí mismo que a los demás; Donna Meagle (Retta), una mujer confiada en sí misma, segura, directa y que comparte con Tom su amor por los lujos y la buena vida; April Ludgate (Aubrey Plaza), estudiante a la par que becaria del departamento, aunque sin mucho entusiasmo, de humor negro, gustos algo tenebrosos y orgullosamente apática; y Jerry Gergich (Jim O'Heir), el inocente, cenizo y bobalicón blanco de todas las bromas del equipo. Junto a ellos, Ann Perkins (Rashida Jones), la mejor amiga de Leslie y enfermera, Andy Dwyer (Chris Pratt), en principio novio de Ann y vocalista de la banda Mouse Rat, y el arquitecto Mark Brendanawicz (Paul Schneider). Además, en la tercera temporada llegan a Pawnee los auditores Chris Traeger (Rob Lowe), adicto al deporte y al optimismo extremo, y Ben Wyatt (Adam Scott), de carácter tranquilo y gustos frikis.


Este variopinto grupo de compañeros es interpretado por un reparto excelente e insustituible, que se adapta camaleónicamente a las manías, gestos, entonaciones e incluso miradas recurrentes de sus personajes, en función de las carismáticas personalidades de éstos, quienes denotan estar cuidados al detalle, construidos con esmero y brillantemente pulidos. Sin perder lo que amamos de ellos, sus virtudes y defectos exagerados, su certera evolución en el guión hace que hasta el que menos protagonismo ostente nos llegue directo al corazón. Es este cariño que destila la serie el que provoca que apostemos por sus personajes con confianza ciega, y les acompañemos sin dudarlo en estas siete temporadas en las que a base de echar horas en la oficina y ceder un poco en sus obcecaciones, consiguen derribar sus prejuicios y desencuentros para hacer piña y convertirse, por mucho que le pese a Ron, en un auténtico equipo. Un equipo que se encontraría cojo, no ya en el departamento, sino en sus propias vidas, sin uno de ellos, pues lo que en principio eran meros compañeros de oficina poco a poco, entre risas y emociones, se convertirán en amigos y fieles camaradas en las carreras que emprendan unos u otros, como cuando Tom decide abrir una tienda o Leslie presentarse a concejal, y todos echan una mano como pueden de manera incondicional. 
Es en esos lazos imprevisibles que crean entre ellos, a raíz de luchar contra todos los demás por el bien de los parques de la ciudad, cuando descubrimos que nuestro pequeño grupo es capaz de avanzar, de no quedarse estanco como los personajes de otras comedias de situación, sino de cambiar o quizás sacar a la luz lo que solo necesitaba un poco de tiempo para aflorar. 
Son ya conocidas y adoradas por los fans las perlas de Ron (“cuanto menos sé acerca de los asuntos de otras personas, más feliz soy. No estoy interesado en preocuparme por las personas. Una vez trabajé con un tipo por tres años y ni siquiera me aprendí su nombre. El mejor amigo que tuve. Seguimos sin hablarnos cada tanto”). Sin embargo, su amistad con Leslie, la más opuesta a él por ser esencialmente extrovertida y admiradora del Gobierno, es la más conmovedora que he visto en una serie desde hace tiempo, y hay episodios sublimes de cómo ellos dos se enfrentan por su forma de pensar o hacer las cosas, pero acaban recordando lo que admiran y respetan el uno del otro y el cariño que, a pesar de todo, se profesan. O April, quien con sus miradas asesinas y actitud fría provocaría la huida de muchos pero que, aun siendo siempre ella misma, se acaba preocupando por su propio futuro (gracias a la perseverancia de Leslie) y hasta encariñándose y ayudando a los demás cuando la necesitan. El espectador es testigo de cómo la amistad tan particular que nace entre todos es lo que verdaderamente da vida a la oficina en la que trabajan, y no podemos evitar cuestionarnos si en algún lugar existe un equipo tan idílico como éste. Mientras eso ocurre, el brillante guión (de los creadores de The Office y The good place) no nos permite olvidar la esencia de los personajes en su exquisita individualidad y lo que los hace tan distintivos. Así pues, no me acabo de explicar cómo los escritores no han recibido ningún Globo de Oro por su magistral trabajo.

En cuanto al gran reto de cualquier producto televisivo, la serie aguanta el paso del tiempo  exitosamente, asegurando al espectador  innumerables carcajadas con su guión estelar, cargado de diálogos y escenas hilarantes, que me han tenido literalmente rebobinando la pantalla para volver a disfrutarlas. Sin embargo, en mi opinión, según se aproxima el final se nota cierta relajación en el humor que caracteriza a Parks, en pos de ir culminando la historia, resultando en un broche demasiado azucarado para mi gusto, alejado de la heterogeneidad de los personajes, pues pareciera que todos han de acabar con el mismo final feliz convencional. Aún así, es un pormenor en una serie que rebosa virtudes, como es también utilizar su humor para hacer una crítica satírica y certera sobre la política (y los políticos), el arduo gobierno aun en una ciudad tan insignificante como Pawnee, la injusticia y sinsentido (a veces) de la voluntad común, el feminismo en la actualidad, y un largo etcétera que hará las delicias del espectador por la inteligencia e ingenio con que se ha llevado a cabo, como el concurso de tartas de mujeres de políticos al que Leslie no quiere presentarse por principios, y que haga lo que haga acabará levantando ampollas a toda clase de grupos reivindicativos a su alrededor, o cómo tiene, en toda su carrera en el Gobierno, el foco de los medios siempre encima, muchas veces malinterpretando sus actos y tergiversando la realidad. 

No puedo más que recomendaros que deis una merecida oportunidad a Parks and Recreation (en España, disponible en Amazon Prime Video), siempre en versión original para disfrutar de las imperdibles voces de sus actores. "Three words for you: Treat Yo Self!"

lunes, 10 de diciembre de 2018

Bohemian Rhapsody

Recordando mi primera toma de contacto con Queen, me he de remontar a cuando era pequeña y apenas empezaba a formar mi gusto musical; mi madre, sin esperarse el efecto que tendría aquella primera canción en mí, me dio a conocer esa descarga de adrenalina y ritmos vibrantes que es Don't stop me now. Desde que aquel día descubrí al grupo más deslumbrante que había oído nunca, ya no pude dejar de escuchar sus, más que canciones, auténticos himnos. Por eso, cuando este año me topé con el trailer de Bohemian Rhapsody en YouTube, me quedé ojiplática y no pude evitar cuestionarme si aquello sería buena idea: ¿tan atrás habían quedado los años de reinado de Queen que hacía falta refrescar la memoria al mundo? ¿sería un completo desastre? y, sobre todo, ¿podría Rami Malek dejarse entender con esa prótesis dentaria descomunal?
Sin muchas expectativas, y un poco de recelo, he de confesar que me asomé al cine con ojo crítico, a pesar de estar a punto de reencontrarme con mi grupo favorito.
Sin embargo, solo con la fanfarria inicial de la 20th Century Fox, interpretada por los mismísimos Brian May y Roger Taylor, ya se me pusieron los pelos de punta, y no volví en mi hasta los títulos de crédito, cuando encendieron de nuevo las luces y la sala entera, llena a rebosar, se fundió en una sobrecogedora ovación. La película ha sido la gran sorpresa de este 2018, una experiencia inolvidable que ha arrasado los cines de todo el mundo y ha devuelto a la vida la legendaria historia de Queen, desde sus inicios en 1970 hasta El concierto por excelencia, el Live Aid de 1985, para recordar al mundo una vez más que, contra todo pronóstico de los críticos de su época, Freddie Mercury, Brian May, Roger Taylor y John Deacon rompieron todos los esquemas, se atrevieron con ritmos y sonidos con los que nadie se había arriesgado nunca, e hicieron historia elevando el rock y la actuación en vivo a una nueva dimensión.


Bohemian Rhapsody ha sido un proyecto muy especial desde el principio, que ha costado sacar a la luz tras una década de planes, búsqueda del reparto adecuado y vicisitudes con el primer director, Bryan Singer, al que llegaron a despedir a menos de dos semanas de terminar el rodaje. En busca del perfecto Mercury, los todavía miembros activos de Queen, el guitarrista Brian May y el baterista Roger Taylor, se involucraron especialmente en el proyecto, sin conformarse con otros candidatos hasta dar con Rami Malek (protagonista de Mr Robot, de la que May y Taylor son fans declarados). No pudieron haber elegido mejor. Malek, demostrando sus dotes de actor profesional y comprometido con el papel, reencarna a Freddie habiendo hecho los deberes, clavando cada gesto, cada mirada, cada andar, y cada movimiento sobre el escenario del rimbombante artista.
Aún así, la realidad en este caso supera a la ficción porque Freddie es sencillamente insuperable. Fue una fuerza de la naturaleza, una "shooting star" (como entonaba en Don't stop me now) imparable, grandiosa, rebosante de pasión por la vida, por la expresión artística y por encima de todo, por la música; un autodenominado "Mister Fahrenheit" que no cesó, ni en sus últimos y desgastados meses de vida, de componer y cantar, de compartir con el mundo y para la posteridad su talento descomunal. Partiendo de esta base y dejándonos llevar, Malek crea un muy logrado Mercury al que quizás no se parezca físicamente al cien por cien, pero desde luego nos adentra en la historia sin que reparemos en que estamos viendo a un actor intentando imitar a nuestro ídolo; de forma camaleónica se adapta, con igual éxito, a los diferentes registros del artista: cañero sobre el escenario, vulnerable en su vida privada, y despampanante en su trato con quienes le conocían.
De todas formas,  siendo una película dramática, cierto es que eché de menos el sentido del humor tan particular de Freddie. Sus payasadas con sus amigos, su espíritu gamberro pero al mismo tiempo dulce y cercano, sus sonrisas traviesas a la cámara, y esa manera confiada pero humilde de decir lo que pensaba, siempre con inteligencia, ironía y una generosa dosis de provocación (es ya clásica su respuesta a un periodista, al que ante la pregunta por su manera de trabajar, si era organizada o espontánea, Freddie respondía divertido "I'm just a musical prostitute, my dear", "Simplemente soy una prostituta musical, querido", cuando en la película, este momento se recrea en una sofocante escena de una tensa rueda de prensa). Además, según el testimonio de las personas que se codeaban con Freddie, en realidad su personalidad fuera del escenario no era como refleja la película, rayana en lo arrogante, sino que, a pesar de los lujos y extravagancias, fue siempre generoso con quienes lo rodeaban, preocupado por sus amigos, detallista, cariñoso y, en definitiva, una persona que transmitía alegría y diversión allá por donde iba. 


Sin embargo, hay que entender que se trata de una película, y a veces se deben exagerar o adaptar algunas cosas; al contrario de un documental, que pretende reflejar la realidad fielmente, la finalidad de Bohemian Rhapsody ha sido desde el principio entretener al gran público. Bohemian Rhapsody ha recibido críticas por la cantidad de modificaciones que se han hecho, no solo del mismo Freddie, sino respecto a la historia de la banda, precisamente para darle un toque aún más espectacular o dramático: empezando por la formación del grupo, que no fue tan espontánea como se narra, pues lejos de ser casualidad de una noche, ellos (salvo John Deacon) ya se conocían mucho antes de que Freddie fuese fichado como vocalista de Smile, el grupo de Brian May y Roger Taylor que luego Mercury renombró como Queen, llegando a compartir piso y hasta montar, entre Roger y Freedie, un puesto de ropa; el escéptico productor de la discográfica EMI, Ray Foster, en realidad nunca existió, pero representa a todos aquellos que no dieron nada por Queen y su single estrella de 6 minutos allá por 1975; la "separación" o distanciamiento del grupo que en el film acontece en los tempranos ochenta en verdad no sucedió (como tampoco fue Mercury el primer ni único integrante de Queen que sacó en esos años un álbum en solitario, aunque en el film se lo echen en cara como si fuera un traidor), sino que siempre se mantuvieron grabando y recorriendo el mundo de gira, a pesar de las diferencias que podían llegar a tener en el proceso creativo (en palabras reales de Freddie, en pocos grupos se daba el caso de que todos los integrantes aportaran composición musical; para él, Queen era un gran proyecto al que se añadían cuatro proyectos individuales que trabajaban en paralelo, y era normal que sus fuertes personalidades chocaran a veces); por otra parte, el papel de Paul Prenter, manager de Freddie en los primeros años de los ochenta, como villano indiscutible al que todos odiamos pero que en realidad, a pesar de arrastrar a Freddie a una vida más disoluta y aislada del grupo, entre fiestas y excesos, no fue tan pérfido como lo pintan ni llegó a hacer todo lo que se le acusa en la película, aunque sí era una persona mezquina que aprovechó la mínima de cambio para traicionar la intimidad de Freddie que él tanto apreciaba y, según Brian May, fue además el causante del desastre del álbum Hot Space en 1982; o la fecha de demoledor diagnóstico del sida, que en realidad sucedió después del Live Aid, en 1987, pero en la película se entiende que quisieron cerrar por todo lo alto dándole una carga emotiva extra al legendario concierto en Wembley de julio de 1985. 


Aún así, a pesar de estos cambios argumentales que, a gusto del espectador, pueden haber sido más o menos acertados, el guión de Bohemian Rhapsody afronta magistralmente el reto de narrar en solo dos horas la historia de quince años, en una vida tan intensa como fue la de Queen en esa época.
La primera mitad, con los inicios del grupo en 1970 y su década más brillante, se narra de forma muy dinámica, incorporando la música de forma omnipresente, en las sesiones en el estudio para sacar adelante sus canciones, o en sus cada vez más increíbles y vistosos conciertos, que, junto a una espectacular fotografía y puesta en escena, nos acercan un poco a lo que debieron de sentir los auténticos y afortunados espectadores de Queen y de las explosivas representaciones de un Freddie rebosante de energía. Esos setenta de rock más duro y melenudomaquillaje y disfraces de arlequín, nos introducen a las sensaciones del inicio y éxito de una banda de rock, de giras constantes, avalanchas de fans y éxitos imparables. Pero no de cualquier banda de rock, sino de una tan esencial como Queen, que rompieron con los esquemas del momento y abrazaron una nueva forma de hacer música con su particular estilo que, lejos de estancarse en un sonido, mezclaba tantos tan diferentes (hard rock, glam, gospel, jazz, balada, rock and roll, etc.) que les hizo sonar como nadie había sonado nunca. Un éxito, de todas formas, que no hubiera sido posible sin una banda en la que cuatro personas tan distintas aportaran y se complementaran tan bien unas a otras, y un Freddie rebosante de inspiración y perfeccionista hasta la saciedad, no cesara de trabajar en los temas de la banda hasta escuchar en la cinta lo que él ya había escuchado, y mucho antes, dentro de sí, y orquestara, con su visión del rock y la actuación en directo, el fenómeno de Queen. Algunos momentos hilarantes de la película son las divertidas grabaciones en el estudio; contando en los setenta con medios casi artesanales, "the tape was the tape", casi no se podía intervenir  la cinta una vez grabada, y había que clavarlo todo porque no había ordenadores como hoy en día para arreglar los errores. En concreto, se recrean las sesiones de Seven Seas of Rhye y Bohemian Rhapsody, canciones con las que descubrieron el potencial que tenían si se lanzaban a mezclar y probar técnicas distintas, como la superposición de voces, los agudos "galileo" o sus tan conocidos ritmos "operísticos", marcando para siempre su destino.
La segunda mitad refleja, en un tono más dramático, la tormentosa época de Freddie con su manager Paul Prenter a principios de los ochenta, en la que el cantante se alejó de su esencia musical y de las relaciones estables que había tenido, sobre todo con su primero novia y luego mejor amiga Mary Austin, cayendo en una espiral de vicios y sinsentido, buscando encontrarse con su verdadero yo, después de descubrir su auténtica sexualidad; es un tramo más decadente en la película que, sin embargo, sirve como moraleja del lado oscuro de la fama, la soledad y la insatisfacción. Pero los ochenta no solo fueron los años por excelencia de los excesos de Freddie a través de fiestas desfasadas y clubes nocturnos, sino también su madurez, musical y personal, cuando a mediados de la década conoció a Jim Hutton, su pareja hasta el fin de sus días, y cuando en el Live Aid del 85 Queen, después de unos años menos florecientes, se volvió a meter en el bolsillo a la audiencia (el climax y broche dorado de la película), o en la posterior y última gira del grupo, Magic Tour de 1986, que aunque ya no aparezca en el film, fue mítica batiendo récords de audiencia y llenando estadios de público coreante y entregado a sus inolvidables actuaciones (el último enlace lleva a los dos minutos en los que Freddie y sus ultraconocidos "eh-oh" pararon el mundo; ¡quién hubiera estado allí!)


En definitiva, recomiendo encarecidamente dejarse envolver por el ya fenómeno mundial de Bohemian Rhapsodyque cumple la función de acercar a las nuevas generaciones la figura de Queen y la época que les vio nacer, y refrescar a sus fans declarados la razón de por qué amamos a este grupo legendario. Por encima de todo, en las más de dos horas de duración de la película, me sorprendí a mí misma sin la constancia de haber parpadeado y menos echado un vistazo al reloj. Dos horas que se me hicieron demasiado breves, tras las cuales salí de la sala de cine sintiendo que la vida real (al menos la del común de los mortales) no sea así de épica, pero a la vez con unas inconmensurables ganas de comerme el mundo. 
Es una experiencia, reitero, que no te puedes perder, sobre todo si eres fan de la banda, y en pantalla grande, porque seguro te va a emocionar y transportar. De hecho, yo me he pasado el fin de semana revisitando los conciertos y videoclips con una intensa "Queen fever" y, sobre todo redescubriendo, a  propósito del biopic, al "great pretender", Freddie, una persona única en su era, responsable, junto a May, Taylor y Deacon, de letras y melodías que correrán por nuestras venas y las de aquellos que vengan después como las obras de arte atemporales que son. Una inigualable voz que maravilló al mundo entero con su garra y fuerza a la vez que sensibilidad, delicadeza y versatilidad; un sentido del arte que cambió para siempre el concepto de concierto rock, con sus teatrales actuaciones, y su personalidad arrolladora, tanto dentro como fuera del escenario; y una creatividad desbordante que, si no fuera por su trágica y fatídica marcha en 1991, aun le quedaría mucho por compartir con el mundo.
Me despido no sin antes encomendaros la visión prácticamente obligada de este emotivo homenaje que, con motivo del que hubiera sido el 65 cumpleaños de la leyenda, se le dedicó desde el canal oficial de Queen.  


lunes, 24 de septiembre de 2018

La maravillosa Sra. Maisel

Aunque en nuestro país, la divertida e ingeniosa Midge Maisel no se ha hecho demasiado eco (posiblemente debido al escaso marketing en España de su plataforma, Amazon Prime Video), ha arrasado con la temporada de premios americanos este 2018. Globo de Oro por Mejor Serie de Comedia y Mejor Actriz Principal, y varios Emmy la semana pasada, incluidas las categorías más prestigiosas, como son Mejor Serie de Comedia, Mejor Dirección, Mejor Guión, y mejores actrices Principal y Secundaria.
Y es que La maravillosa Sra. Maisel sabe lo que se hace. En su primer episodio, e inmediatamente después de que el logo de Amazon Prime se desvanezca, sin música introductoria ni títulos principales, aparece en pantalla una exultante Miriam "Midge" Maisel vestida de blanco, proponiendo un brindis en su boda y recapitulando de forma hilarante su vida hasta ese momento, provocando no solo en sus invitados sino también en los espectadores, un cariño y una simpatía (y por qué no admitirlo, carcajadas) instantáneos. Los primeros instantes de cualquier producto audiovisual son fundamentales para captar la atención de la audiencia, y, desde luego, la energía con la que Rachel Brosnahan (actriz detrás de Midge) se roba el espectáculo, con su sonrisa encantadora, su expresividad desbordante y sus comentarios inteligentes, supone un prólogo premonitorio de lo que nos mantendrá pegados a la pantalla durante el resto de los ocho episodios que dura su primera, y de momento única, temporada. 
La responsable detrás de este nuevo fenómeno "maravilloso", Amy Sherman-Palladino, fue ya a comienzos del nuevo milenio la creadora de Las chicas Gilmore y en 2017 nos ha vuelto a deleitar con esta nueva producción tan magistralmente ejecutada, y que le ha valido, muy merecidamente, tantos premios este año. 


Nueva York, 1958. Cuatro años después de la escena inicial de la boda, los Maisel son el prototipo de familia judía de buena posición que vive en un inmenso y lujoso apartamento del Upper West Side en Manhattan. Mientras Joel es vicepresidente de la empresa de su familia, Midge se dedica en cuerpo y alma a su marido y a sus dos hijos, siempre con una sonrisa y una gran disposición. Es optimista, alegre y cariñosa, y no duda en apoyar y acompañar a Joel en sus escapadas nocturnas a la parte baja de la ciudad, donde éste actúa de monologuista ante un reducido público en un club nocturno. Sin embargo, todo se tuerce cuando Midge descubre que su marido plagia los números de cómicos de renombre y que, en realidad, es un fracasado con ansias de gloria. Además, esa misma noche, Joel patina como nunca, haciendo el ridículo sobre el escenario y ante su mujer y amigos. Y claro, tratándose de los años cincuenta, él no puede resistir levantarse cada mañana al lado de su perfecta esposa sabiendo que ella ya no lo ve con los mismos ojos, así que la abandona por su secretaria, contratiempo que sume a Midge en el caos. Esa tormentosa velada termina con Midge borracha y en camisón en el metro, dirigiéndose al antro donde actuaba Joel y Midge pensaba que solo se divertían en una aventura en pareja; con la botella del vino que pensaban degustar al día siguiente con el rabino en una mano, y el micrófono en la otra, se sube al escenario para compartir con la involuntaria audiencia las penurias que atraviesa, siempre en clave de humor e ironía. Al día siguiente, tras pagar la fianza por escándalo público y salir del calabozo, Midge regresa a casa y todo el mundo la insta a perseguir a su marido para que vuelva a su lado. Pero ella descubrirá que, a pesar de lo que siempre le han dicho, y de lo que ella misma ha creído, quizás la meta de una mujer no tenga que ser siempre hacer feliz a un hombre y formar una familia perfecta, sino que puede tener otros horizontes a su alcance, si está dispuesta a luchar por ellos, y creer en sí misma. 


Hablábamos antes de la creadora de La maravillosa Sra. Maisel, Amy Sherman-Palladino, responsable del trepidante guión que convierte a esta serie en una auténtica joya de Amazon Prime. Hasta este momento, había subestimado los originales de esta plataforma, pero nada más lejos de la realidad; la Sra. Maisel presenta una trama dinámica que en ningún momento se pierde o se enreda en sí misma, sabe a dónde quiere llegar y nos lleva gustosos hasta allí en un viaje que se nos antojará demasiado breve a pesar de los más de cincuenta minutos que dura cada episodio. 

Y ese Nueva York de 1958, ¡qué Nueva York! Con exquisito gusto y una ambientación cuidada al detalle, la serie refleja la cultura y el arte de la parte baja de la ciudad, los clubs de jazz envueltos en el humo del tabaco, las cafeterías llenas 24/7 de gente variopinta, las tiendas minúsculas de vinilos alternativos, los bares donde jóvenes intentan triunfar subidos al escenario, en un mundo que no siempre es justo, en definitiva, el sabor de la magia de una ciudad que nunca duerme y que cada noche puede deparar una aventura diferente; y, en contraposición, la parte alta de la ciudad y sus exclusivas salas de fiesta, a las que las mujeres acuden orgullosas del brazo de sus exitosos maridos y, engalandas con fabulosos vestidos, se toman cócteles entre la alta sociedad, asisten a exquisitos banquetes en sus enormes apartamentos, y viajan en coches impresionantes pululando alrededor de los rascacielos más despampanantes.  Todo ello acompañado de la banda sonora más típica de los años cincuenta, al ritmo de Frank Sinatra, Peggy Lee, y muchos más. 

Años cincuenta que son aprovechados para hilar esa trama cuya moraleja es, simplemente, la libertad. La libertad de expresión de los cómicos y los músicos de la parte baja, en una época en la que salirse de la rectitud moral se consideraba un delito, como vemos con la detención de Midge y demás humoristas cuando suben un poco el tono; libertad de perseguir tus sueños seas quien seas; libertad de la mujer en una época en la que sus opciones eran muy limitadas: o te casas o te quedas a vestir santos. Una libertad de la mujer que en esa época no era tan fácil obtener, no por las cortapisas de los demás, sino empezando por ellas mismas, que no se daban cuenta de todas las posibilidades que tenían si se decidieran a luchar por ello.
Como vemos en la serie, aunque de forma exagerada, al principio la Sra. Maisel se acuesta arreglada y maquillada para, después de que su marido se duerma, ella se levante de nuevo al baño y se coloque sus rulos y ungüentos que, a la mañana siguiente, se quitará rápidamente para volverse a maquillar minutos antes de que su amado Joel se despierte y la vea así radiante y perfecta. Y así noche tras noche. Vemos cómo se mide cada día los muslos, las caderas, el pecho, para comprobar que sigue todo igual y no excederse porque es posible que entonces deje de gustar a los demás, en especial a Joel. Y, por supuesto, vemos la dependencia absoluta en su marido, lo que no cesan en recordarla sus seres queridos, para que luche por él porque no le queda otra salida.
¿No le queda otra salida? Tras el mal trago de separarse de Joel, y con el apoyo de su inesperada representante y eventual amiga Susie, cuya confianza ciega deposita en Midge en cuanto la ve actuar por primera vez en aquella aciaga noche, la señora Maisel se da cuenta de que tiene al alcance de la mano ser algo más y no dejar caer su talento en saco roto, cuando además lo lleva inherente en el ADN. Hacer reír se le da de miedo, lo hace con genialidad en cada comentario que se le escapa y casi sin pensar, y los espectadores la acompañamos gustosos en su carrera por descubrir de qué es capaz, y convertirse en una verdadera humorista que triunfe sobre los escenarios. 


Por eso, esta historia es tan atractiva. Dulce, llena de vida, que sabe cómo acercarse al espectador, conseguir enamorarnos con sus personajes, reír con el humor que destila cada frase, contar lo que quiere contar sin que quede artificial, ni cándido, ya que en la evolución de la señora Maisel por descubrirse a sí misma, ésta acumula altos y bajos, idas y venidas, típicas de alguien que sale de su zona de confort y decide comprobar de qué es capaz, aunque tenga que volver al piso de sus padres, y hasta buscarse un empleo que, en esa época, para una mujer casada era volver atrás. Pero Midge confía cada vez más en sí misma, y se va superando, de manera encantadora y humorística, pero a la vez coherente y llena de sentido.  Una inspiración y una delicia de personaje, que ha encumbrado a Rachel Brosnahan al papel, por ahora, de su vida.

Pero, asimismo, completan el casting una serie de carismáticos secundarios que hacen un trabajo espléndido y complementan a la señora Maisel a la perfección. Su gruñona confidente y representante Susie, de lengua afilada (Alex Borstein), a la que todo el mundo confunde con un muchacho ("al menos me llaman joven"), y cuya amistad con Midge acaba por brindarnos diálogos genuina y simplemente brillantes (como en sus llamadas telefónicas, o cuando Susie visita por primera vez el "Buckingham Palace" del apartamento de Midge). El indeciso esposo, Joel Maisel (Michael Zegen) cuyo papel en torno a Midge sirve para comparar el cambio en la personalidad de ella del principio de la ficción al final, como él mismo constata. Y los padres de Midge, tan distintos pero tan divertidos y entrañables a partes iguales (Marin Hinkle y Tony Shalhoub), que, preocupados, la ven superar las adversidades y la apoyan, aunque en un tira y afloja muchas veces desternillante, y siempre enternecedor. 

Sin duda, un gran descubrimiento del 2017, que conjuga humor inteligente, una ambientación extraordinaria y actuaciones sublimes para traernos una maravillosa Sra. Maisel de la que esperamos la segunda temporada cuanto antes. Sin nada más, muchas gracias, y buenas noches.  




domingo, 22 de julio de 2018

Ciudades de papel

Quentin no es un amigo excéntrico, ni un hijo rebelde, ni un alumno conflictivo. Es un chico normal, con calificaciones excelentes, miembro de la orquesta escolar y estudiante de último año de instituto. Todo lo que desea es ir a la universidad el curso que viene. Bueno, no todo, porque en secreto está perdidamente enamorado de su vecina y amiga en la infancia Margo Roth Spiegelman, su particular e inalcanzable "milagro". Margo es todo lo opuesto a Quentin: impredecible, aventurera y misteriosa. Nadie sabe cuál será su próximo escándalo. Quentin, por su parte, se conforma con verla en los pasillos del instituto porque hace años que no intercambian palabra alguna. Sin embargo, una noche Margo se cuela por la ventana de Quentin para invitarle a acompañarla en una de sus alocadas aventuras, esta vez, para ajustar cuentas con una serie de personas. Una oda a la rebeldía y a la contracorriente en la que Quentin se deja atrapar convencido de que, al día siguiente, Margo caerá rendida en sus brazos al darse cuenta de que son el uno para el otro. Sin embargo, Margo desaparece sin dejar rastro aparente, y sus padres y su entorno, que saben que Margo es incontenible, y que probablemente esté haciendo de las suyas a saber dónde, no le dan mucha importancia a su desaparición, mientras que Quentin, preocupado, no cesa en descifrar las pistas que cree encontrar tras la estela de Margo para llegar hasta ella. Tras muchas idas y venidas infructíferas y cada vez con mayor frustración, que contagiará a sus propios amigos, por fin decide poner rumbo adonde cree que ella le ha guiado, en un viaje trepidante a contrarreloj, cuyo desenlace quizás no sea como todos estábamos esperando.

John Green publicaba Ciudades de Papel, su tercera novela, en 2008, consagrándose como el aplaudido autor de literatura juvenil que es, pero yo por aquel entonces lo desconocía por completo. Cierto es que con apenas 11 años no habría sido capaz de entender siquiera su mensaje. Sin embargo, acabo de terminarlo y, después de haber adorado Bajo la misma estrella allá por 2015, sin duda Green se ha convertido en uno de mis escritores de cabecera.


Ciudades de papel está dividida en tres partes. Los hilos narra la aventura nocturna de Margo y Quentin, La hierba, la búsqueda incansable por Quentin de su amiga, y El recipiente, el viaje hacia su encuentro. Green vuelve a sus deliciosas metáforas, de la vida, de la amistad, de las relaciones, de la juventud. Los hilos no es solo el relato de la aventura secreta de Margo y Quentin, sino también el por qué de que Margo decida rebelarse contra el mundo y, posteriormente, escapar; y es que sus hilos se han roto, y ella ha salido volando. Los hilos que la unían a todas las cosas a las que se aferraba en la vida, se han cortado y, como ella explica a Quentin, si los hilos se rompen, no se pueden volver a unir. La hierba no solo es la búsqueda desesperada que emprende Quentin, que confía en las pistas que cree que Margo le ha ido dejando, aunque a veces se de de bruces contra un callejón sin salida; por fin, tras pasarse una ingente cantidad de tiempo descifrando el mensaje que Margo le ha querido dejar en el Canto de mí mismo de Walt Whitman, Quentin comprende lo que éste quiere decir con "La hierba", y que es una forma de entender que estamos todos interconectados, como las raíces de la hierba, de forma que si te arrancan a alguien que conoces, arrancan una parte de ti. Y a Quentin le han arrancado Margo. Por último, tras salir a buscarla acompañado de sus amigos en el inicio de El recipiente, no solo conducirán durante horas y vivirán una aventura inolvidable, sino que por fin Quentin resolverá el misterio en el que se ha transformado Margo. 

Ciudades de papel se hace lenta en algunas ocasiones, no voy a ocultar que en la segunda parte del libro, La hierba, había momentos en los que yo misma quería gritarle a Quentin que dejara de buscar a Margo, y entiendo que sus amigos lo hicieran en múltiples ocasiones; pero es un libro con el que te ríes con diálogos elocuentes y situaciones humorísticas, y en alguna ocasión llega a ser magistral.
En la tercera parte, el viaje en carretera y a contrarreloj del divertido grupo de amigos, desde Orlando hasta Agloe, es completamente hilarante; especialmente la escena de la gasolinera, donde en unos minutos contados Quentin y los demás deben dividirse las tareas para comprar, a ritmo vertiginoso y aun vestidos con las túnicas de la graduación, todo lo que  no pudieron proveerse en Florida cuando salieron escopetados de la ciudad; o, páginas adelante, cuando hacen del viejo automóvil su hogar temporal, en el que durante horas comen, duermen y comparten confidencias.
Por otro lado, he de confesar que no conseguía empatizar con Margo, a la que encontraba del todo insufrible y egocéntrica, en su afán de protagonizar las habladurías del instituto con sus alocadas aventuras. Sin embargo, al final del libro, me descubrí que yo misma había imaginado, y mal, a Margo, y en apenas unas pocas páginas, consigo verla tal y como es: "Margo no era un milagro. No era una aventura, No era algo perfecto y precioso. Era una chica".


Y ello nos lleva de vuelta a las metáforas, elemento distintivo de las novelas de John Green, y que las convierten en algo único en su especie. Green hilvana cada parte de la historia para que no sea una más sobre adolescentes y sus problemas, sino que nos haga reflexionar a nosotros también y descubrir nuevas perspectivas que quizás no habíamos tenido en cuenta hasta ahora, o no de esa manera. Sin embargo, es al final, a través de ese especial reencuentro entre Margo y Quentin, y su conversación antes del amanecer, cuando entendemos eso de las "ciudades de papel", y el mensaje de Green sobre éstas (hasta ha protagonizado una charla TED hablando sobre las mismas). Las ciudades de papel, y he aquí la solución al problema, son un concepto desconocido y precioso. Resulta que son ciudades inventadas con el fin de proteger los derechos de autor en el negocio de la cartografía. Para descubrir si una empresa ha copiado el mapa de otra, se incluyen en éstos alguna ciudad que solo existe en dicho mapa, no en la realidad, como la ciudad de Holen, en EEUU, que el propio Green intentó encontrar junto a un amigo en su juventud y a raíz de ello descubrió el término de las "ciudades de papel", que le inspiró para su novela. En nuestro caso es Agloe la ciudad de papel en la que Margo se esconde, pues es curioso como la gente, a base de acudir a esa ciudad imaginaria, había acabado construyendo un pequeño pueblo a partir de un supermercado. Pero las ciudades de papel de donde Margo escapa son de otro tipo, son ciudades como Orlando, en las que, según sus propias palabras, todo es de papel en realidad, falso y condenado a desaparecer. Es en la primera parte del libro cuando Margo pronuncia su ya conocido discurso sobre Orlando:


Es una ciudad de papel. Mírala, Q, mira todos esos callejones, esas calles que giran sobre sí mismas, todas las casas que construyeron para que acaben desmoronándose.  Toda esa gente de papel que vive en sus casas de papel y queman el futuro para calentarse. Todos los chicos de papel bebiendo cerveza que algún imbécil les ha comprado en la tienda de papel. Todo el mundo enloquecido por la manía de poseer cosas. Todas las cosas débiles y frágiles como el papel. Y todas las personas también. He vivido aquí dieciocho años y ni una sola vez en la vida me he encontrado con alguien que se preocupe de lo que de verdad importa. 


Y, volviendo al final de la historia, Quentin por fin descubre por qué ha huido Margo, y en quién se ha convertido realmente. Hasta ese momento, él se esperaba una chica agradecida de ser encontrada, rescatada, salvada, pero el reencuentro tan esperado a lo largo de la novela nos golpea en la cara como una jarra de agua fría cuando Margo se cabrea al ver a sus amigos allí, y prácticamente les manda de vuelta a sus casas de malas maneras. Quentin entonces habla con ella y se da cuenta de cómo de mal imaginó a Margo toda su vida. Y, de que por mucho que le duela, tiene que dejarla ir. Porque él no puede ser lo que ella espera, ni ella lo que él espera. El final es, pues, agridulce, pero real. 


Qué engañoso creer que una persona es algo más que una persona.

Resulta sencillo olvidar lo lleno de personas que está el mundo, abarrotado, y cada una de ellas es susceptible de ser imaginada y, por lo tanto, de imaginarla mal.

Quizá los hilos se rompen, o quizá nuestros barcos se hunden, o quizá somos hierba y nuestras raíces son tan interdependientes que nadie esta muerto mientras quede alguien vivo. Lo que quiero decir es que no nos faltan las metáforas. Pero debes tener cuidado con la metáfora que eliges, porque es importante. Si eliges los hilos, estás imaginándote un mundo en el que puedes romperte irreparablemente. Si eliges la hierba, estás diciendo que todos estamos infinitamente interconectados, que podemos utilizar ese sistema de raíces no solo para entendernos unos a otros, sino para convertirnos los unos en los otros.


Personalmente, me ha encantado el mensaje de la novela, me ha parecido necesario sobre todo para cierta época de nuestras vidas en la que esperamos que los demás sean como nosotros nos hemos imaginado, y no como son de verdad, porque no concebimos tan fácilmente que haya más mundos que el nuestro y que las personas no sean personajes de nuestra historia sino protagonistas de la suya propia. Por eso nos venimos abajo cuando no es así, cuando la realidad no cumple nuestras expectativas. Debemos dejar de proyectar a las personas en nuestra mente y esperar que se sepan el papel cuando llegue el momento. Lo difícil, pero fundamental, es atrevernos a mirarlas directamente a los ojos, conocerlas, y que ellas nos conozcan, dejar de lado la idea que nos hemos formado de ellas y llegar a saber de verdad cómo son, por lo que han pasado, con sus luces pero también sus sombras. Porque ninguna persona es nuestro milagro ni nuestra aventura, como bien describe Quentin en algún momento. 

Me despido con unas palabras de Quentin a lo que Margo le dice en esa última conversación, sobre las metáforas que elegimos para relacionamos los unos con los otros. 


Me gustan los hilos. Siempre me han gustado. Porque así lo siento. Pero creo que los hilos hacen que el dolor parezca más fatal de lo que es. No somos tan frágiles como nos harían creer los hilos. Y también me gusta la hierba. La hierba me ha traído hasta ti, me ha ayudado a imaginarte como una persona real. Pero no somos brotes de la misma planta, yo no puedo ser tú. Tú no puedes ser yo. Puedes imaginarte a otro, pero nunca perfectamente, ¿sabes?

Quizás es más como has dicho antes, que todos estamos agrietados. Cada uno de nosotros empieza siendo un recipiente hermético. Y pasan cosas. Personas que nos dejan, o que no nos quieren, o que no nos entienden, o que no los entendemos, y nos perdemos, nos fallamos, y nos hacemos daño. Y el recipiente empieza a agrietarse por algunos sitios. Y sí, en cuanto el recipiente se agrieta, el final es inevitable. En cuanto empieza a entrar la lluvia dentro del Osprey, ya nunca será remodelado. Pero está todo ese tiempo desde que las grietas empiezan a abrirse hasta que por fin nos desmoronamos. Y solo en ese tiempo podemos vernos unos a otros, porque vemos lo que hay fuera a través de nuestras grietas, y lo que hay dentro se nos ve también a través de ellas. ¿Cuándo nos vimos tú y yo cara a cara? No hasta que me viste entre mis grietas, y yo a ti entre las tuyas. Hasta ese momento solo veíamos ideas del otro, como mirar tu persiana, pero sin ver lo que había dentro. Pero cuando el recipiente se rompe, la luz puede entrar. Y puede salir.






miércoles, 13 de junio de 2018

La bruja

Nueva Inglaterra, 1630. Una familia de Puritanos es expulsada de la colonia en la que viven por su radicalismo religioso, del que el patriarca William se niega a apartarse. Junto a su mujer, y sus cinco hijos, se instalan en la linde del bosque y allí erigen su nuevo hogar. Pero pronto, las cosas empiezan a torcerse. La cosecha no da los frutos que esperaban para poder sobrevivir en su soledad, su benjamín de tan solo meses de vida, Sam, desaparece misteriosamente, y eventos extraños empezarán a ocurrir sin aparente explicación, llevando a esta peculiar familia obsesionada por el pecado y su redención a un punto de no retorno. 

El género de terror siempre ha sido arriesgado. Su público es exigente, quiere lo que quiere y no saldrá de las salas cantando alabanzas si una película no le da lo que venía a buscar. El susto que haga volcar las palomitas, el villano al que pronto identificar y temer, y el desenlace previsible que lleva esperando toda la película. Por ello las fórmulas de siempre suelen funcionar muy bien: los payasos perturbados, las posesiones demoníacas, los zombies sanguinarios, los asesinos seriales. Y cuando llegan a los cines propuestas que se apartan de esta norma no escrita, como Babadook o La bruja, corren un riesgo que suele acabar con la audiencia dividida y mucha confusión. Porque son películas que apuestan por tratar al espectador precisamente como un mero espectador de los acontecimientos, que debe sacar sus propias conclusiones e interpretarlas, sin darle ninguna pista mascada, o ninguna explicación para que entienda la moraleja. Entiendo que mucha gente solo quiere empezar una película de terror simplemente para entretenerse un rato, y llevarse unos buenos sustos. De hecho, solemos medir la calidad de estos films según la cantidad de gritos y de brincos en el asiento que hemos pegado. Yo misma disfruto de este tipo de películas, y es innegable la cantidad de clásicos que han seguido la fórmula establecida y han sido verdaderos hitos en la historia del cine. Sin ir más lejos, James Wan en los años recientes ha sacado a la luz propuestas que marcaron un antes y un después, como la saga de Saw, entre otras, que sin dejar de ser lo que muchas otras películas del estilo son, lleva una marca propia que ha revolucionado el género y atrapado a los espectadores. Pero cuando de cuando en cuando directores como Robert Eggers nos proponen algo tan rompedor como La bruja, siendo además una película tan magníficamente ejecutada, no puedo evitar romper una lanza a su favor, y más aún cuando descubro que La bruja es todavía la maravillosa opera prima de su director.


La bruja no cae en el susto fácil, pero consigue crear una atmósfera de tensión y oscuridad que será la clave para que la trama termine por desatarse, y te lleves a casa esa sensación que ni tú has llegado a comprender. Porque La bruja no aterroriza, inquieta. Desliza el temor delicadamente, de forma sugerente, con eventos inquietantes que no son lo que parecen, y una falsa apariencia de calma que desbordará a nuestra familia Puritana y desatará sus más terribles impulsos contenidos. 
Es cierto que la bruja aparece en algunas ocasiones de manera explícita, no todo son pistas y huellas que hay que seguir; ya en los primeros minutos de la película se la ve "encerando" la escoba de una manera horrorosa, retratando a las brujas como seres de otra dimensión, con métodos para alcanzar sus poderes ajenos a toda comprensión.  
Pero, por lo general, se trata de un film construido con esmero y cuidado, en el que cada cosa pasa por algo, y, como mencioné antes, está en la mano del espectador interpretarlo en un sentido o en otro. De hecho, en la cosecha de la película aparece un hongo que fue muy común en el siglo XVII y puede provocar alucinaciones en sus consumidores, lo que pudo ser la causa en su momento de parte del folclore desatado respecto a las brujas y su hechicería; según Eggers, el fruto de todo lo que cree presenciar nuestra familia pudo haberse debido a este maíz contaminado, si el espectador así lo quiere interpretar. O podemos obviar este hecho y tomar por reales todos los acontecimientos. Podemos señalar múltiples teorías. Quién es la bruja realmente, por qué la película termina como termina, y si esa fue la intención de los antagonistas todo ese tiempo. Y esto, a pesar de ser desesperación para algunos, resulta exquisito para otros. Que no nos constriñan el significado de la película en lo que el director quiera que esta se convierta, sino que deje a nuestra imaginación lo que queramos que signifique para nosotros. 

Para mí, es desde luego, igual que para muchos, muchas cosas. Es la narración de la caída de esta familia, obsesionada por el pecado, en el propio pecado. La envidia de la madre por su primogénita Thomasin, ya convertida en una hermosa y prometedora joven, y la dureza de su trato hacia la muchacha. La culpa que carcome al padre de que todo lo que está pasando porque se negó a acatar el ultimatum de su colonia y fueron expulsados por su orgullo (esa es otra, ¿qué demonios hicieron para que los líderes decidieran enjuiciarlos?). El temor del pequeño Caleb cuando su hermano aun bebé desaparece, preguntándose sobre el infierno y la redención de los pecados. Y los gemelos Jonas y Mercy, ajenos en un principio al drama que les rodea pero poco a poco más involucrados en éste, no se sabe muy bien de qué lado. 
En una obra como ésta, con personajes tan contados (con los dedos de una mano) pero de tanto peso, Thomasin, la indiscutible protagonista, no se podía quedar atrás. Y esta es otra de las maneras de interpretar la película, si se quisiera llevarla más lejos, a una epopeya sobre el temor a lo desconocido, a lo diferente. Igual que en los juicios de Salem, que acontecerían en aquellos mismos lares unas décadas más adelante, la familia no entiende lo que ocurre, el comportamiento repentino de sus hijos, la desaparición de su pequeño, la mala suerte con su cosecha, los inquietantes animales del bosque... Y su chivo expiatorio es precisamente la dulce y hermosa Thomasin, una mujer, joven y poco a poco más independiente, que no comparte esa forma de vida y desea algo más, o, al menos, no dejarse arrastrar por ellos. Sin escucharla, la familia no podrá permitir que esa "bruja" destruya aquello en lo que ellos siempre han creído, y cargarán contra ella aun siendo inocente, fraguando poco a poco el final que, entendido de esa manera, se podría ver como culminación no de una historia de brujas, sino de una historia de mujeres incomprendidas y aisladas, empujadas a esa clase de vida, por la propia desconfianza de sus allegados, en lo que no pueden comprender. 


Eggers, antes de consagrarse como director, llevándose además por primera vez en la historia el premio Sundance a mejor director por una película de terror, fue parte de la producción y diseño de vestuario de otros filmes y, como tal, está habituado a la recopilación de información y a la ambientación más exacta posible. Y La bruja es su máxima expresión. Parece, ya desde el principio, que estemos inmersos en una pintura del siglo XVII, por los colores, la ropa de los personajes, la misma cabaña en la que habitan. Nada está idealizado, todo está presentado en la forma cruda y auténtica que debió de ser en la realidad. 
Y no solo la producción, sino también la trama de la película ha sido cuidada para ser llevada a los espectadores de la forma más fidedigna posible, como si de un documental se tratara. Ya al final, antes de los créditos, se nos muestra que toda la historia ha sido basada en muchas fuentes de información de la época, cuentos y documentos históricos, incluida prensa y actas judiciales. Muchos diálogos, concluye la cita, son sacados directamente de dichas fuentes. Algunas cosas podemos adivinarlas sin saber mucho del tema: el macho cabrío negro, la predilección de los aquelarres por las reuniones cálidas alrededor del fuego, los embrujos, etc. Pero, yo al menos, no conocía muchos detalles que me pasaron desapercibidos en el film o, directamente, no los entendía, y que asimilados con posterioridad, enriquecen la película y hacen que quiera revisitarla más pronto que tarde para darme cuenta de la profundidad de muchas escenas: el producto de limpieza favorito de las brujas para sus escobas, lo que empieza a dar la cabra de la familia en lugar de leche, la liebre misteriosa, el cuervo, etc. No quiero destriparos estos momentos porque son de los más potentes y es desde luego una película para ver sin tener mucha idea previa. 
Por otra parte, he visto por Internet cómo muchos comparan muchos planos de la película, brillantemente rodada jugando con los claroscuros y las perspectivas, con las pinturas negras de Goya, que datan de su última época (primer cuarto del siglo XIX), ya anciano, medio sordo y amargado por el panorama social, aun posterior a 1630 (año en el que se ambienta La bruja). Desde luego, la misma aura de tenebrosidad y confusión se respira en pinturas y película, es innegable, y me encanta que una producción de terror pueda, además de inquietar, maravillar por la belleza con que está rodada. 


Por último, me gustaría destacar la brillante actuación del reparto. Ralph Ineson y Kate Dickie son los cabeza de familia, y ya coincidieron en Juego de Tronos, bordando en esta ocasión los papeles de progenitores devotos y desesperados. Harvey Scrimshaw es el confundido niño Caleb, quien nos ofrece los minutos de mayor intensidad de la película, que desde luego tendrán el corazón de los espectadores en un puño. Ellie Grainger y Lucas Dawson son los gemelos más pertubadores que podían haber encontrado, que junto al macho cabrío "Black Philip", formarán un trío espeluznante. Y Anya Taylor-Joy es la joven Thomasin en su debut como actriz, un papel que borda con una gran expresividad y atracción magnéticas. 

No puedo más que recomendaros, aunque seáis escépticos al género de terror, que deis una oportunidad a esta joya del director novel Robert Eggers. Si estáis buscando algo diferente, si os gusta sorprenderos, y no ser testigos siempre de las mismas fórmulas que tantos otros repiten, con mayor o menor acierto, esta es vuestra película. Dejaos embaucar por La bruja y decidme, ¿qué sacáis vosotros de ella?


martes, 5 de junio de 2018

Black mirror, espejo de la deshumanización

La clave de la supervivencia de nuestra especie, al cabo de tantos siglos y milenios, ha sido sin duda nuestra capacidad de adaptación. En un planeta regido por la evolución, y por la supervivencia del más fuerte, la capacidad del ser humano, no ya de adaptarse al medio, sino de adaptar el medio a sí mismo, ha sido nuestra llave para hacer de la Tierra nuestro reino y de nosotros los seres humanos sus soberanos. Remontándonos al inicio de los tiempos, el control del fuego fue sin duda la tecnología más básica que hayamos podido aprehender, y la carrera contra el tiempo prosiguió con la proto-industria de la piedra y las múltiples herramientas que pudimos inferir de ella; proseguimos más tarde con la invención de la agricultura y la ganadería, que nos permitió ser dueños del suelo que pisábamos convirtiéndonos en sedentarios y comenzando así el desarrollo de las primeras civilizaciones. El resto (la rueda, la escritura, la pólvora, la imprenta...) es historia. El ser humano avanzó a través de los tiempos, cruzó océanos, descubrió parajes desconocidos, ganó guerras, imperios, y conquistó el Universo, gracias a su propia inventiva y a las tecnologías que iban poniendo remedio a las barreras que se iba encontrando en su camino. Pero llegado el siglo XX, parecía que no quedaba nada por inventar. Después de dos revoluciones industriales, la energía eléctrica, y la producción en serie, éramos escépticos a que aquellos armatostes llamados "computadoras" pudieran hacernos la vida aun más fácil. Pero así fue: los ordenadores cobraron una forma mucho más utilitaria y enseguida se inventó el internet, los teléfonos móviles y las redes sociales, la inteligencia artificial, etc. En las últimas décadas, nuestra sociedad ha avanzado más rápido que en los siglos anteriores. La generación de nuestros abuelos y la de nuestros padres no podía encontrar entre sí un abismo más pronunciado. La era digital ha despertado con hambre de prosperar y extenderse a lo largo y ancho del planeta, trascendiendo poco a poco a nuestras vidas para hacernos depender totalmente de ella.

Un chip que, implantado en nuestro cerebro, permite grabar a través de nuestros propios ojos todas nuestras vivencias, que podemos rebobinar y contemplar una y otra vez, proyectar en una pantalla, etc. Una función distinta del chip con la que literalmente podemos "bloquear" a las personas que queramos perder de vista, en la vida real, tras lo cual no podremos verlas ni oírlas. Un robot humanoide diseñado a imagen y semejanza de nuestros seres queridos perdidos para mantenerlos presentes en nuestras vidas tras su marcha. Una sociedad en la que tu estatus social y ventajas ciudadanas dependen de cuantos "likes", o, en su caso, estrellas, te regalen tus conciudadanos según tu comportamiento cívico. Un control remoto implantado en el cerebro de nuestros hijos para censurar lo que ven y escuchan y para tenerlos vigilados constantemente por videocámara. Una app de citas que pone fecha de caducidad a las relaciones, por las que deberás ir pasando hasta encontrar tu "match" perfectamente impuesto por la tecnología. Un candidato a la presidencia que no es más que un avatar satírico manejado por un cómico con la lengua afilada. Y un sinfín más de ideas para un futuro distópico que, sin embargo, no se nos debe antojar tan lejano, pues, como hemos presenciado a través de milenios, lo mejor que sabe hacer el ser humano es superarse y adaptarse al paso de los tiempos, y si combinamos los crecientes conocimientos tecnológicos a nuestro alcance, con la imperiosa necesidad humana de tenerlo todo controlado, puede dar lugar a resultados más que cuestionables.

Cada episodio de Black Mirror plantea una idea innovadora, un contexto distinto al anterior que, aunque en un principio parezca incluso atractivo, una serie de acontecimientos inquietantes irán hilando una trama con la que no podrás parpadear hasta conocer el desenlace, que te atrapará y te pillará desprevenido, provocando más que una exclamación y una boca abierta de desconcierto.  Te hará plantearte, "¿actuaría yo igual en esa situación?". He llegado a tener un debate de más de una hora con mi hermano en uno de los episodios que vimos juntos. Porque aunque Black Mirror tiene sus más y sus menos, algún episodio mucho más flojo de lo que nos tienen acostumbrados, en general, no te dejará indiferente. Como mínimo, irrumpirá en tus principios más arraigados y los pondrá en duda. Su incesante trama te mantendrá clavado en el sofá, y su tesis te hará regresar a por más, a descubrir con qué idea revolucionaria te bombardean la siguiente vez. Su ritmo es frenético; sus personajes, variopintos y reales, y el guión, perfectamente construido para cerrar el conflicto y abrir en su lugar mil preguntas al respecto.

Black mirror nos da una bofetada con nuestro propio guante, nos lanza un jarro de agua fría para despertar y ser conscientes de hasta dónde seríamos capaces de llegar como sociedad, como especie.
No solo habla de aparatos endemoniados que se vuelven contra nosotros, sus creadores, sino de nosotros mismos, los doctores Frankenstein de esta historia, y cómo podemos llegar a dar rienda suelta a nuestros impulsos más desenfrenados,  alimentados por nuevas herramientas tecnológicas, cada vez más poderosas. Los celos, las inseguridades, la vanidad, la nostalgia, el auto-engaño, la obsesión.
Porque Black mirror es, volviendo a nuestro presente, el "espejo negro" de nuestras pantallas digitalizadas donde nos miramos cada vez con mayor deshumanización, dejando atrás lo que un día nos hizo naturales, auténticos, racionales, y perdiendo nuestra propia esencia mientras nos dejamos absorber y tragar en la inmensidad de una pantalla en negro. Una inmensidad vacía, llena de nada. Todos lo sabemos pero participamos del juego gustosos. Aceptamos términos y condiciones para convertir nuestros datos en mercancía para las grandes empresas y encantados nos convertimos durante horas en esclavos de estos espejos en negro que todos tenemos en nuestros hogares, ya sea para trabajar, pasar el rato, construir en el "muro" la imagen que queremos que todo el mundo perciba de nosotros, e incluso entablar una guerra digital en las redes por ver quién es más políticamente correcto, quién merece nuestro odio por pensar diferente, y a quién aplaudimos a "likes" tras farfullar cuatro cosas que no nos molestamos ni en contrastar. Es curioso como un espacio que fue concebido como un oasis en pos de la libertad de expresión de sus usuarios, se ha convertido en un campo minado para quienes no siempre piensan como la mayoría dice que se debe pensar, o no están de acuerdo con el "hashtag" más popular. Y es curioso como un espacio nacido para dar mayor cabida a la libertad de información se ha convertido en la "hora de la post-verdad" en la que no importa cuanta dosis de realidad haya en una publicación, sino las palabras que se deben usar para causar una mayor sensación entre los "followers". Y es curioso como algo que pronosticaba un mayor acercamiento de los unos con los otros se ha convertido en una poderosa arma de enfrentamiento y de aislamiento. A estas alturas, Hated in the nation se asemeja terriblemente posible, más que Nosedive, que ya es nuestra realidad.
Tristemente, no podemos hacer nada por remediarlo, porque nuestra sociedad ya se sostiene demasiado en estos pilares cibernéticos. Hoy día es imposible trabajar o estudiar o sin un ordenador.  Cuando salimos de casa nos sentimos desnudos, expuestos, inseguros, sin nuestro teléfonos móviles en el bolsillo. Y por otra parte, no me engaño creyendo que solo tiene un lado oscuro. Internet es maravilloso y aterrador. Igual que un pozo sin fondo para nuestros instintos más peligrosos, también es un océano de posibilidades, de investigación, conocimiento, difusión, etc. Puede que de cabida a todo tipo de bajezas que no somos capaces ni de imaginar, de dispersar mensajes peligrosos, de provocar también masivas avalanchas populares de odio cocido al fuego de la ignorancia. Pero por otra parte, pone a nuestro alcance la posibilidad de llegar a ser, a abarcar, mucho más, de aplicar a nuestra vida y profesión innumerables herramientas que de otra forma no tendríamos disponibles, y de juntar a multitudes que nada tienen que ver bajo un propósito mayor. Puede encerrarnos en nosotros mismos y aislarnos precisamente de los que tenemos a nuestro alrededor, que quieren disfrutar de una compañía que no sea una persona pegada a un aparato de coltán, pero también puede derribar fronteras y permitir que podamos interactuar con quienes están lejos.
Como siempre, y al igual que el resto de las victorias del hombre en su carrera contra el tiempo, en pos de la evolución, el rumbo que tomen nuestros espejos en negro dependerá de las intenciones con las que decidamos asomarnos a ellos. De nuestra consideración por nuestro propio mundo, el que existe antes que aquellos, y en lo que queramos que se convierta.


martes, 8 de mayo de 2018

August y yo

"¿Sabes qué significa ser un niño? Significa ser algo muy diferente al hombre que eres ahora. Significa tener un espíritu que sigue brotando de las aguas del bautismo; significa creer en el amor, creer en la belleza, creer en la fe; significa ser tan pequeño que los duendes alcancen a susurrarte al oído; significa convertir calabazas en carrozas, ratones en caballos, humildad en nobleza y escasez en abundancia, pues cada niño tiene a su hada madrina en su propia alma; significa vivir en una cáscara de nuez y considerarse el rey del espacio infinito", Francis Thompson, Shelley. 

Recuerdo haber leído el best seller de R.J. Palacio, Wonder (La lección de August, en español), hace ya mucho tiempo, y pensar que fue una lectura inolvidable, que, como a millones de lectores en todo el mundo, me atrapó por completo. En su aclamado debut como autora publicada, Palacio nos narraba la emotiva y ejemplar historia de Auggie, un niño que con apenas 11 años debe afrontar por primera vez en su vida un curso en el colegio con una grave malformación facial debido a una enfermedad que sufrió tras nacer, y que a lo largo de su vida le acarreó centenares de miradas indiscretas, y la sensación de que, pese a ser un chico normal apasionado por Star Wars y los planetas y astronautas, el resto del mundo lo temía al ver su rostro diferente y extraño. El libro nos narra, desde distintos puntos de vista, el del propio Auggie, y su familia y amigos, su arduo viaje a través de quinto de primaria, los sinsabores de saberse en el punto de mira de todos los cuchicheos e incluso acoso, y su lucha por hacer de sus desventuras su mayor fortaleza para demostrar al mundo una gran lección de vida.
Pero aquí no he venido a hablar de "ese" libro, sino de una suerte de "spin-off" que la escritora ha publicado sobre tres personajes secundarios de Wonder, que titula August y yo. Al principio de la novela, R.J. Palacio nos aclara que no se trata de una continuación de la historia principal, sino de tres relatos anejos al tiempo en el que transcurre Wonder: Julian, el niño que a todos nos caía mal por ser el principal acosador de Auggie en el colegio; Christopher, su amigo de la infancia que perdió el contacto con Auggie tras trasladarse de la zona donde vivían ambos; y Charlotte, la cordial "amiga de bienvenida" de August que lo recibe en sus primeros días en el colegio pero con el que apenas vuelve a tener trato. 

La autora sabía que Julian tenía una historia que contar, más que por justificar sus acciones, que son injustificables, por tratar de entenderlo mejor ya que, como dice Palacio, al fin y al cabo Julian sigue siendo un niño y no es en verdad "mal chico", sino que ha cometido errores que, si bien no lo definen, debe encontrar el modo de aceptarlos, o querer aceptarlos, para remediarlos. Por otra parte, Christopher ha pasado por mucho con su amigo, pero pierde el contacto con él tras mudarse porque, si ya es tentador dar la espalda a una amistad cuando las cosas se ponen difíciles en la mejores circunstancias, Christopher lo tiene aun mas complicado tratándose de un amigo como Auggie, con las miradas de extrañeza que provoca y la especial atención que muchas veces requiere. Por último, Charlotte es siempre buena y cordial con sus compañeros, la típica "santa", como la llaman en clase, pero nunca va más allá de ser simplemente buena, ya que dar un paso para cambiar las cosas es un riesgo que a una niña como ella, presionada por la opinión que de ella tienen los demás, le costará tomar. 

Comencé esta continuación o "spin-off" de Wonder con recelo, pues el libro principal me parece una auténtica joya, pero este no se queda para nada corto. La capacidad de R.J. Palacio de tomar el lugar de un niño de 11 años, y transmitir cómo le afectan y cambian las experiencias de la vida desde ese punto de vista, es asombrosa. Aunque en este caso son tres perspectivas muy distintas a la de Auggie en la historia principal, tratándose esta vez de personas ordinarias afectadas por unas circunstancias extraordinarias, precisamente por ello refleja cómo se han podido sentir muchos niños en sus relaciones de amistad (o enemistad) y creo que debería ser, igual que Wonder, una lectura recomendada para cualquier edad, por todo lo que tiene que enseñar: que las personas no deben ser juzgadas por nuestras primeras impresiones de ellas, pues seguro nos van a sorprender y aportar muchas cosas bonitas que merecen la pena y que de otra forma no llegaríamos a vivir; que, por ende, no debemos temer lo desconocido, pues el miedo es un arma de doble filo que, aun protectora, puede hacer que nos perdamos muchas aventuras inesperadas o incluso sacar lo peor de nosotros mismos, aunque en esencia no seamos "malos"; que los amigos, en definitiva, son un tesoro que debemos cuidar, al igual que nuestras familias y seres queridos, y las personas, aun cometiendo errores porque es así, somos personas y no somos perfectas, tenemos en nuestra mano decidir qué versión de nosotros mismos queremos ser cada día al salir al mundo.  

¿Estamos orgullosos de quiénes hemos sido cada día cuando nos acostamos por la noche? Creo que este libro es una gran oportunidad, no solo para los niños que como los personajes se encuentran en su proceso de madurez, sino para toda persona en sus relaciones con los demás , para hacer un poco de introspección: ¿Debería enviar esa "carta de disculpa" a ese alguien con el que sé que no me he portado lo bien que se merecía? ¿Debería hacer esa llamada telefónica al viejo amigo del que cada día me ha sido más fácil distanciarme, ponga la excusa que ponga para justificarme, porque quizás ahora me necesita más que nunca? ¿O quizás he tratado injustamente a un familiar que solo desea lo mejor para mí? ¿Es hora ya de dejarme de "diagramas de Venn" y atreverme a conocer a esas personas de las que yo mismo o misma me he construido un muro alrededor antes de tiempo?
Como reza el precepto que abre el capítulo de Julian: "Sé amable, pues toda persona con quien te encuentras está librando una dura batalla", por Ian Maclaren. 

Aquí os dejo el trailer de la adaptación de Wonder, que apenas ha sido estrenada hace unos meses, para animaros a sumergiros en esta "wonderful" o maravillosa historia con entrañables personajes, y un mensaje imprescindible.